sábado, 4 de marzo de 2017

Los hijos, como los buques




Al mirar un buque en el puerto, imaginamos que está en su lugar más seguro, protegido por un fuerte amarre. Sin embargo, sabemos que ese buque está allí preparándose para zarpar, cumpliendo así con el destino para el cual fue creado, yendo al encuentro de sus propias aventuras y riesgos.
Dependiendo de lo que la fuerza de la naturaleza le reserve en el camino, el buque probablemente tendrá que desviar su ruta, trazar otros rumbos y buscar otros puertos.
Pero retornará fortalecido por el conocimiento adquirido, enriquecido por las diferentes culturas recorridas.
Así, como los barcos, son nuestros HIJOS. Nos tienen a nosotros, sus PADRES, como puerto seguro, hasta que se tornan independientes y se hacen a la mar para surcar los océanos de la vida, corriendo sus propios riesgos y viviendo sus propias aventuras.
El lugar más seguro para el buque, es el puerto, y el de los hijos, sus padres. Pero ni el buque ni los hijos fueron construidos para permanecer anclados en un solo lugar.
Los padres piensan que son el puerto seguro de sus hijos, pero no pueden olvidarse que deben prepararse para navegar mar adentro y encontrar su propio lugar donde se sientan seguros, con la certeza de que más adelante, en otro tiempo, deberán ser un puerto seguro para otros seres (nuestros nietos).
Es cierto que no podemos trazar la ruta de nuestros hijos. Lo que sí podemos hacer es ayudarlos a que lleven un buen equipaje, lleno de humildad, solidaridad, honestidad, disciplina, gratitud y generosidad. Podemos desear su felicidad, pero no ser felices por ellos.
No podemos seguir su travesía, ni ellos descansar en nuestros logros.
Los hijos deben hacerse a la mar desde el puerto donde sus padres llegaron y -como los buques- partir en busca de sus propias conquistas y aventuras con la preparación suficiente para navegar un largo viaje llamado Vida.
¡Cuán difícil es soltar las amarras y dejar zarpar el buque…! Sin embargo, el regalo de amor más grande que puede dar un padre a sus hijos, es la autonomía.
¡Hijos, buen viento y buena mar…!
(Autor desconocido).

2 comentarios:

Marinel dijo...

Cuánta verdad en tus letras. Cuesta un mundo dejarlos zarpar...pero sabemos que es ley de vida y que de no hacerlo, podría ser una tortura tanto para ellos como para nosotros.
Hay que darles víveres para el viaje y hacerlo de manera que vuelvan siempre a puerto para repostar siempre que quieran y continuar su viaje...
Besos.

Fiaris dijo...

La verdad amiga,esta muy buena esta lectura,abrazote.